Hoy 21 de diciembre a las 12h 12m iniciamos a llegada del invierno que durará ni más ni menos que 88 días y 23 horas (esta estación, la más corta del año desde hace algunos
siglos) y terminará el 20 de marzo de 2014 con el
comienzo de la primavera.
Al
igual que cuando se acerca el invierno cambiamos la ropa del armario y
sustituimos el algodón por la lana o pasamos del lino al punto para enfrentarnos
al frío.
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Nuestro cuerpo debe
adecuarse a las temperaturas más bajas y a la falta de sol en nuestra piel. Y,
claro está, debe recibir por nuestra parte, sus moradores y propietarios, un
trato acorde a las nuevas circunstancias.
La dieta que nos resultaba
útil y gratificante en los largos y soleados días de verano ya no sirve: es
demasiado frugal para el invierno. La naturaleza, que sigue siendo sabia, inunda
los mercados con alimentos de temporada que aportan esas propiedades que nos
ayudan a afrontar los meses invernales y combatir los catarros, constipados y
tiritonas tan propios de esas fechas.
En otoño e invierno
disponemos de alimentos de temporada calóricos, como legumbres, patatas y
boniatos que nos sirven para ir acumulando reservas de energía. En estas fechas,
las temperaturas bajan y nuestro organismo necesita más calorías para mantener
el calor corporal.
Los alimentos de temporada
son interesantes desde una triple perspectiva: nutricional, económica y
ecológica.
La cantidad de nutrientes de un alimento (vitaminas y sales minerales
entre otros) depende, entre otros factores, de la riqueza de los suelos en que
se cultivan y del grado de manipulación a que se somete al producto. Parece
lógico que las hortalizas consigan su desarrollo óptimo y ofrezcan su mejor
aporte nutricional en las condiciones climáticas que más favorezcan su
crecimiento, las que marca su calendario natural. La mayoría de las verduras y
frutas de clima cálido se caracterizan porque su parte comestible es el fruto:
calabaza, calabacín, pimiento, tomate, melón, sandía, pepino¿Y las de clima
templado o frío, propias de esta temporada, ofrecen como parte comestible las
hojas, bulbos o raíces: acelga, espinacas, puerros, col, coliflor ajo, cebolla,
rábano¿
El alimento de temporada es
casi siempre el que más conviene a los consumidores: normalmente más económico,
su calidad organoléptica, según aseguran los especialistas en gastronomía, es
también mejor. Además, consumiendo productos de temporada contribuimos a
respetar el ciclo natural de producción, lo que conlleva una positiva
repercusión en el medio ambiente.
Verduras de invierno, contra el resfriado

Los compuestos azufrados que
forman el aceite esencial de estos alimentos pasan rápidamente a la sangre nada
más llegar al estómago y se eliminan enseguida por los pulmones. Esto hace que a
los pocos minutos de haber comido cebolla o ajo, el aliento adquiera ese olor
tan característico. Esos compuestos azufrados ejercen una acción
antiespasmódica, mucolítica (facilitan la eliminación de la mucosidad) y
antibiótica. Por tanto, las afecciones de las vías respiratorias (sinusitis,
bronquitis, neumonía) mejoran con el consumo de estos alimentos, preferiblemente
crudos o muy poco hervidos. La borraja suaviza y desinflama las mucosas
respiratorias. Esta verdura, tanmbién invernal, contiene mucílagos de acción
emoliente (suavizante). Hervida con su caldo, resulta beneficiosa para las
afecciones respiratorias.
La importancia de las vitaminas C y A
Por otra parte, nuestro
organismo necesita vitamina A para mantener en buen estado la piel y las mucosas
(entre ellas, las que recubren el interior de los bronquios) y reducir el riesgo
de afecciones respiratorias. La zanahoria es el alimento más abundante en
betacaroteno, antioxidante que en el intestino acaba transformándose en vitamina
A a medida que el organismo la necesita. Las hojas del nabo, los grelos, además
de su riqueza en folatos, vitamina C y vitamina E, contienen betacarotenos en
importante cantidad. Las verduras de hoja de temporada (acelga, espinacas,
endivia, borraja) son ricas en folatos y fibra y aportan asimismo beta-carotenos
(el color naranja está enmascarado en estas verduras por el pigmento clorofila)
y vitamina C (salvo la endibia). Al igual que en el resto de verduras, las hojas
más externas son las más vitaminadas. El betacaroteno o provitamina-A no se
destruye con el calor, por lo que esta sustancia no se ve disminuida con la
cocción de los alimentos. Con un consumo abundante de estas verduras mejoraremos
el estado de la mucosa bronquial y aliviaremos la tos.
A diferencia de la anterior,
la vitamina C es sensible al calor y a la oxidación. De ahí el interés de
incluir cada día verduras crudas en forma de ensaladas o ligeramente cocinadas
para minimizar las pérdidas de este nutriente.

Todas las frutas de invierno
son muy ricas en ácido ascórbico o vitamina C. Los cítricos constituyen la
primera fuente de esta vitamina, a excepción de la guayaba y el kiwi que
concentran la mayor cantidad de este nutriente. También contienen ácidos
orgánicos como el cítrico, que les confieren sabores ligeramente ácidos. Este
último potencia la acción de la vitamina C.
Además de la vitamina C, en
las frutas de invierno destaca el elevado contenido en carotenoides, pigmentos
vegetales con capacidad antioxidante. En estas frutas abunda también la fibra,
mayoritariamente soluble: pectina y mucílagos. En los cítricos, la fibra
(pectina) se concentra en la parte blanca que cubre la pulpa, que no hay por qué
desechar. El color de naranjas, mandarinas y pomelos lo aporta el beta-caroteno,
del que aprovechamos sus propiedades beneficiosas. El valor energético de las
frutas de invierno viene determinado por el contenido en hidratos de carbono
simples (glucosa, sacarosa y, principalmente, fructosa). Las más ricas en azúcares son las frutas desecadas (dátiles,
higos secos¿), seguidas de las tropicales: chirimoya, níspero maduro, caqui,
mango y piña tropical.
La fruta, mejor entera La
mejor forma de aprovechar las cualidades nutritivas de cualquier fruta es
consumiéndola cruda. Conviene no excederse en el pelado, ya que la parte más
externa, justo debajo de la piel, es la que concentra mayor cantidad de
vitaminas. Si opta por tomarla con piel, no olvide lavarla para eliminar los
posibles restos de pesticidas y otros contaminantes que pudieran hallarse
concentrados en la piel. Trocear la fruta supone poner mayor superficie del
alimentos en contacto con el oxígeno, por lo que la pérdida de vitaminas por
oxidación es mayor. Por tanto, lo más recomendable es partirla justo en el
momento en que se vaya a consumir. Ocurre lo mismo con los batidos y purés: si
queremos conseguir todo su aporte vitamínico hemos de consumirlos inmediatamente
después de elaborarlos.
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